Era el día de mi boda y necesariamente tenía que acordarme de aquella persona. Cogí mi blog, un lápiz bien afilado y previo al evento, le escribí.
Y así y desde el corazón, le dedique las siguientes y poéticas palabras:
"Hacia ya unos cuantos días que mi sueño se
veía trastornado por la ilusión de un perfecto
momento en familia.
Y Yo, como otro primogénito más de la saga
de los hombres de Ferro, y de nombre
conocido Manu o Manolito, y nominado así
para poder diferenciarme de todos los
Manueles que ya había dado aquella sangre,
me sentía orgulloso de pertenecer a aquel
numeroso y cálido clan. De naturaleza
nerviosa y demostrado exceso de energía con
correspondiente diagnóstico médico, sólo
podía sentir una inexcusable impaciencia que
me mataba dándome la vida.
Innumerables "flashes" a modo de vivo
recuerdo, invadían mi mente y mi corazón haciéndome aún más vulnerable e
insignificante de lo que ya era por defecto
natural.
De entre todas esas nostálgicas imágenes en
forma de sueño, siempre existía un momento
dedicado a los mismos seres queridos que
encontraría en aquel venidero momento que
me esperaba segundo tras segundo.
En primera instancia, y sin tregua alguna,
apareció ante mi aquel hombre elegante con
traje impecable y cordial sonrisa que siempre
llamo mi atención. Su recuerdo se reflejaba
vivo frente a mis ojos y su amor por su
familia se demostraba candente en un dulce
beso a la mujer que lo acompañaba aferrada
a su brazo. Los dos eran uno y uno, eran
siete.
De aquellas siete partes iguales, a cada hijo
le correspondería un brillo particular y poderoso que lo definiría ante mis párvulos
ojos de la siguiente manera:
Manolo, mi padre, un niño y un hombre, se
asemejaba a las formas paternas con
asombrosa exactitud y ejercía como
primogénito de aquella séptima parte con
orgullo y fortaleza asombrosa y haciendo
sumiso honor al sólido significado del apellido
familiar;
Mari Carmen, como mayor de los siete
hermanos y heredera directa de la belleza de
aquella Doña Señora con distintivo
imborrable de Rey, ejercía prematuras
funciones de madre y hermana con sólida y
constante presencia;
Dolores, pequeña en continente y grandiosa
en contenido, brillaba como una estrella del
cielo de Compostela y con esencia real rica en simpatía y amor por los suyos, que, como no,
siempre tendría cercanos;
Baldomero,quien con patente discreción e
impecable elegancia dibujaba pretenciosos
trazos en la evolución familiar y como todos
los demás, causaba presencia incondicional y
responsable en alegrías y penas compartidas
por mayores y pequeños;
José Ramón, mi padrino, resultaba vivaz,
activo, inteligente y pertinaz, dotado de
naturalidad abrumadora propia de los más
jóvenes hermanos distraería nuevas y
atractivas alternativas con distinguido deje
fraternal;
Javier, caracterizado por su noble y generosa
personalidad se presentaba ingenuo y dulce en
el encuentro con sus mayores y demostraba
ser el más férreo heredero de las actitudes
profesionales de aquella gran familia y que valdrían para recordarles a todos los
hermanos quienes eran y de dónde provenían;
Y por último, y como representante más joven
de aquella unión devenida en septeto, mi tía
Belén, quien con absoluta discreción
mostraba y demostraba la capacidad de
superación de la que es capaz un ser humano
cuando se lo propone. Bella y siempre
amable ponía a disposición del resto cuanto
estaba en su mano para felicidad de sus
queridos hermanos.
Tras esta definición personal y directa, y
como parte igualmente activa de esa
numerosa unión familiar, y creando compañía
inseparable de los diferentes pero indivisibles
hermanos, sus medias naranjas: Angeles, mi
querida madre; Julián, embajador de la
alegría; Jesús, siempre respetable; Chelo,
dócil y maternal; Mari, con desparpajo
natural y envidiable inteligencia; Carmina, amorosa, firme y tenaz y... Alberto, dulce
enamorado que llegó a tiempo para dar la
felicidad deseada a mi más joven tía .
Todos eran mi referente aunque no lo sabían.
Era un sueño y lo tenía presente; cálido,
nostálgico y sobre todo ...feliz. No quería
despertar pero sabía que sucedería antes o
después.
De repente y con voz tenue y melosa, escuche
la voz de Camilla susurrándome al oído:
- Manuel, tenemos que entrar en el salón
nupcial. Es la hora y todos esperan.
Y aturdido por aquel "deja vu", y sujetado
fuertemente por su mano, se abrió la puerta e
inevitablemente, mi sueño se convertía en
realidad. Dando el primer paso mire hacia arriba e
imaginando la ya etérea figura elegante de
aquel hombre que faltaba, le di las gracias a
Dios y a El por ser parte de aquella familia.
Y recordando conmovido mis orígenes y una
pasada vida familiar, deje que aquel
distinguido Señor de americana cruzada
siempre impecable me regalase como presente
de boda una inseparable identidad.
Padre, hijo y nieto éramos por herencia, una
misma persona:
Manuel Ferro. "
https://www.youtube.com/watch?v=XHe16XFQUpI
Jo Manolito que me has emocionao. Muy bello y sentido. Tu familia tiene que estar orgullosa. Besazo.
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